
6
—¿ Estás loca…? Es pronto… todavía.—agregó evasivo y penetró en la
habitación de la otra mujer cerrando la puerta.
Sus ojos acostumbrados al lumbre de la vela no pudieron ver en la oscuridad
del dormitorio. Sobre la cama había una ventana abierta y rugidos infernales
provenían de afuera. Un relámpago iluminó a la mujer. Su cuerpo tendiido
estaba cubierto por un poncho. La expresión animal reapareció en el rostro
del hombre. Las manos le transpiraban cuando su diestra fue hacia atrás
aferrando el mango del facón. Vaciló. Bramaron truenos y cayeron rayos.
Sus dedos soltaron la empuñadura y se aproximó en silencio. Ella dormía
profundamente. Inclinóse sobre el lecho y acercándole los labios, la besó.
Volvió a hacerlo con furia. Se despertó sobresaltada y moviéndose con
resistencia y forcejeando, procedió a incorporarse, pero Gerardo la golpeó
con la palma de la mano haciéndola caer nuevamente en el lecho. La besó.
Ella intentó rebelarse otra vez, pero por fin se sometió.
Segundos más tarde la puerta se abrió apareciendo Josefina que al
contemplarlos quedó petrificada. Sus ojos adquirieron un odio intenso.
Cerró la puerta y comenzó a correr frenéticamente hacia afuera
extraviándose por el campo.
La tormenta se descargó con la intensidad que prometía.
Torrentes de lluvia, rayos, truenos y relámpagos, secundados por la
mole furibunda del pampero azotaron el rancho y sus alrededores.
Fue un amanecer sin sol pero la lluvia había cesado.
El hombre tambaleante sobre su cabalgadura se acompañaba con
tarareos y frases incoherentes.
—Ta… ra ra…… la la ¡ Epa…!—exclamó deteniéndose.—Pero… si es la
Josefina…hic… y… está dormida. La pucha que no te elegiste lindo catre.
Ja…ja…hic… ¡ `Pa mi quel sol la ha abombao… o que el Gerardo le dio
unos tale… talerazos…
Siguió al trote rumbo al rancho.
7
La mujer desvanecida tenía las ropas hecha andrajos y estaba rodeada
por algunas vacas y terneros muertos durante el temporal.
—Ahí viene.—observó Matilde por la ventana.
…¿ Y ahora ?
…¿ Ahora? ¡ Ja…ja ! No te aflijas querido yo me hago cargo.
El, fue hacia la parte trasera del rancho mientras ella continuaba
mirando al jinete.
—Parece…hic.. parece que llegué.—hizo un esfuerzo por descender
de la cabalgadura pero dio en el suelo.
Matilde apareció en la puerta, la brisa jugaba con su rubio cabello
suelto.
—Hoola, mi querida Matilde…hic…esperandome…hic…ja…ja…
Le ayudó a levantarse conduciéndolo al interior con una sonrisa
de comicidad.
—Lindo día…hic… ¿ no ?
—Sí, querido, y memorable…
Cerró la puerta y lo condujo al dormitorio haciendo que se acostara.
…¿ Dónde está mi… hermanito…?..dijo buscando con los ojos.
Ella lo contempló con semblante grave, como si fuese un niño, y la
mirada de Rufino se encontró con la de su mujer.
—Ni me has saludado…
—Sí, por supuesto.—respondió Matilde acercándosele, y al inclinarse
para besarlo su mano se arrastró por debajo de la almohada aferrando
un cuchillo. Desprendióse de él, a la vez que clavaba el arma en su corazón.
El borracho dejó escapar un leve quejido y un hilillo de sangre bañó sus
labios.
Repitió la tarea dos veces consecutivas hundiéndolo y extrayéndolo en
distintas partes del pecho del hombre que quedó sobre la cama con los
brazos en cruz. La puerta se abrió con un chirrido dando paso a Gerardo.
Su ímpetu se detuvo quedándose estupefacto al ver a Matilde sosteniendo
el cuchillo del que caían gotas de sangre al piso de tierra.
—Pero…¿ qué has hecho…?–fijó sus ojos sobre el hermano sin vida.–¡ Lo…
lo mataste !—tenía el rostro descompuesto de ira y tomó el rebenque que
colgaba de un clavo.
8
—¡ Estúpida ! ¡ Maldita hembra !
Abalanzándose arrancó las ropas de su espalda descargando un fuerte
talerazo que la hizo caer de bruces al suelo.
—Gerardo…—suplicó.—No te das cuenta… que lo hice por nosotros…
Meditó unos instantes, luego se contuvo y el arma escapóse de sus
manos. Giró sobre sus talones dándole la espalda y permaneció en esta
. posición. En los labios de la mujer se dibujó una sonrisa de triunfo.
— Me comprendés… lo hice porque te amo. Sólo falta que vos te encargués
de la otra, sólo eso; andá Gerardo; después… los dos para siempre…
No respondió, salió del rancho, y montando el potro de Rufino lo lanzó
a diabólica carrera.
—¡ Ja…ja !—rió al verlo partir.—No sabe que soy su castigo.
La mujer empezó a incorporarse con trabajo. Vio cerca suyo un cimarrón
que estaba pastando y lo montó en pelo emprendiendo rumbo hacia la
vivienda.
No había andado cincuenta metros cuando encontró a Gerardo. En la
mente de éste retumbaban como tambores las palabras de Matilde:
“Sólo falta que vos te encargués de la otra, sòlo eso, sólo eso…”
Ambas cabalgaduras llegaron a rozarse.
—¿ Por qué te fuiste…?–interrogó él.
—¡ Hijo de…!
La estrechó en sus brazos mientras que su facón le abría el vientre.
Sintió en sus labios que se contraían los de ella a la vez que se deslizaba
desplomándose delante del jinete. Taponéose la herida con las manos
arrastrándose de rodillas.
Hizo marchar su caballo al paso siguiéndola en su agonía.
—Ge…Ge…rar…do…mataste … a… a tu hijo… pero…yo… yo
tengo que llegar al pueblo… a gritar quien sos…
El hombre acercándosele e inclinándose en el recado le clavó
nuevamente el arma en la espalda .
Josefina cayó, y no obstante volvió a levantarse pero una tercera
puñalada la hizo caer definitivamente.
9
Le ató el cuello con el lazo. Montando , tiró de la cuerda repitiendo
la mortífera tarea de arrastrarla de bruces lanzando la cabalgadura
a la carrera por el llano.
Horas más tarde, tras vagar como una fiera solitaria por el campo,
regresó.
Matilde lo aguardaba de pie recostada en el palenque con un cigarrillo
entre los dedos. Se miraron. Él, la besó.
—¿ La mataste…?
—Sí.
Ella le rodeó el cuello y lo besó enloquecidamente.
Gerardo se desprendió y contempló el infinito.
—Hay que sepultarla.—dijo
—A él, también.
—Sí, a los dos. De lo contrario podrían encontrarlos.
Matilde fue en busca de un caballo. Ayudada por él depositó cruzado
en la montura el cadáver de Rufino, y llevando dos palas, fueron hacia
donde estaba la mujer sin vida.
Caía la tarde. El círculo de fuego salía para volver a esconderse,
dando vivo colorido al arco iris; los pájaros invocaban su cotidiano
preludio a la oración.
Ambos iban en la cabalgadura de Gerardo que sostenía las riendas del
alazán, a la grupa con su funesta carga. No tardaron en llegar al lugar en
que se hallaba el cuerpo. La hermosura que había acompañado a la mujer
en vida comenzaba a desaparecer presentando en el rostro picotazos de
caranchos y chimangos. Procedieron a cavar, y habiendo depositado los
cuerpos los cubrieron con tierra.
—Siento una rara sensación.—exclamó ella con la vista fija en la tierra.–
Dejarlos aquí, en medio del campo, sin una flor, sin una cruz, sin nada que
diga… que diga que vivieron… que fueron seres… Josefina estaba tan…
—¡ Basta !—interrumpió él.—Es tarde para volver atrás.
Aplacó su ira y rodeó los hombros de ella con sus brazos.
—Era la única solución que nos quedaba.—le dijo.— Por nosotros.
Se besaron. El sol se perdió, los pájaros cesaron su preludio.
—Vayámonos.—la tomó de la cintura haciéndola subir al alazán.
Dos tumbas sin cruces quedaron abandonadas en la oscuridad y el silencio.
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—Esta noche iré a lo de Nicasia, la pobre está entristecida por la muerte de
. Nicolás.
—Matilde… tiene que ser esta noche…
—Sí, recuerda que han pasado tres días y podrían sospechar.
—Esta bien…¿qué le dirás?
—Que Josefina y Rufino fueron hasta Buenos Aires por compras anuales.
—¿Esperás que te crea ?
Matilde sonrió irónica y provocadora.
—Ya sabés querido que sé hacer bien las cosas.
—Como quieras.—y encogiéndose de hombros se fue.
La presencia de Gerardo se hizo ver esa noche en la pulpería.
Llevaba su mejor poncho de vicuña, y las negras botas brillaban
rivalizando con las plateadas espuelas.
—Hola Gerardo.—saludó un gaucho al verlo.—Y Rufino… ¿cómo es
que no está con vos ?
—Se quedó durmiendo.—contestó con una sonrisa.
—¡ Ja…ja…ja ! Vos sabés que la otra noche jugamos una apuesta a ver
quien era capaz de bajarse más ginebras y me ganó tres a dos y media.
—A veces… la bebida pierde al hombre.
—Bah… cuentos… y hablando de bebidas… te juego otra apuesta a vos.
—Oh no, gracias amigo.
—Vamos che, dejate de pavadas que yo pago. ¡ Arriba ese ánimo !
Bebían, y el tiempo iba pasando.
—Bueno viejo, hic…se me hizo tarde, me voy a casa…
—Chau… hic… hermano..— respondió el otro.
Aprestóse a irse dirigiéndose a la puerta. En ese instante tropezó
fuertemente con un hombre que entraba rodando el último por el
suelo.
Gerardo vio como se levantaba agilmente.
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—¿ Qué mirás ?—le dijo.—¿ Querés algo
—¿ Cómo ?—preguntó el otro.—Creo que no oí bien.
—Dije si querés algo.—recalcó.
—Lo lamento, fue descuidado.
—Entonces… aprendé a pedir perdón.
Los curiosos contemplaban la escena en silencio.
—Dije que lo lamentaba.
—Eso no es pedir perdón.
—¡ Yo no le pido perdón a nadie !—exclamó el otro desenvainando el
facón.
La gente se agrupó a los costados.
Gerardo hizo una mueca y envolviéndose el poncho en la zurda, sacó
el arma.
Los adversarios se inclinaron hacia adelante a la vez que giraban
observándose como gallos de riña.
Gerardo que no estaba del todo bebido conservaba parte de su destreza y
se abalanzó con salto de felino descargando una feroz puñalada, pero fue
hábilmente esquivada por el hombre y así sucesivamente. Ahora fue su
adversario que abalanzándose lo hirió en pleno rostro. Sus ojos parecían
irradiar fuego al sentir la sangre caliente correr por sus mejillas. Reuniendo
su furia indomable lanzó una estocada que apenas logró rasgar el poncho
del rival.
Los comentarios empezaron a dejarse oir.
—Parece qu·el Gerardo se encontró con otro bravo.
—Si esta vez no lo liquidan… no se muere hasta los cien.—agregó otro.
Los ojos del herido eran dos centellas que refulgían en la penumbra y el
sudor y la sangre lo enloquecían.
El contrincante atacó hiriéndolo nuevamente con un tajo en el cuello.
—Todavía la querés seguir…—le dijo a Gerardo que en sus labios apareció
una sonrisa helada al exclamar:
—Juro que voy a matarte, y muy despacito, a tres heridas, como a los
otros.
—Te voy a dar el toque final ya que la querés seguir.—y diciendo esto se arrojó
sobre él.
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Gerardo se inclinó pareciendo dar con el suelo, entonces, la mano armada del
adversario se perdió en el aire y esta situación la aprovechó para descargarle el
facón sobre su muñeca. Fue tan tremendo el golpe que el otro no tuvo más
remedio que soltar el arma. Una expresión de victoria apareció en el semblante
de Luna.
Súbitamente, el del brazo herido, no obstante su mano ensangrentada,,
embistió en pos del arma perdida, pero Gerado fue rápido y lo golpeó en
pleno rostro con la hoja de la suya haciéndolo caer de espaldas. con la frente
y las mejillas bañadas en sangre. Descargóle entonces la espuela sobre la
frente que le hizo dar un alarido cubriéndose con las manos.
Arrodillóse aprestándose a matarlo y blandiendo su diestra armada la
bajó con furia, pero una negra bota que se apoyó en el corazón del caído,
lo detuvo. Sus ojos se desorbitaron. ¿ Quién… quién’se atrevía a interponerse ?
Dispuesto a matar levantó la vista contemplándolo. Vio un hombre extraño
que vestía íntegramente de negro y aunque no percibió su rostro comprobó
que una enorme cicatriz lo dividía de un extremo al otro. Iba a decir algo
pero fue interrumpido por el defensor.
—Perdónelo. Déjelo; no ve que es joven.—su voz era dulce, tranquila,
bondadosa.
Gerardo sintióse desorientado. Irguiéndose guardó el cuchillo y aferrando
una botella de ginebra echó a correr locamente hacia la salida.
El aire fresco golpeaba su cara y comenzó a vagar como un fantasma por
las calles desiertas llevándose a ratos la botella a los labios. Tras recorrer
unas cuadras por la lúgubre calleja encontróse en una esquina con una
figura inmóvil pendiente de él. Se detuvo y devolvió la mirada.
—¡ Maldito hijo del diablo !—empezó a decir el hombre.— Vos…vos
mataste a los tres, o te crees que no la ví… a la mujer tendida… medio
desnuda sobre el monte, y también al Rufino. Sé que los mataste…
todos tenían tres puñaladas… ¡ Perro desgraciao ! ¡ Pero…… te va a llegar
la hora a vos… entonces… los pájaros seguirán cantando en sus nidos, y…!