
La forma de escuchar música y la de consumirla ha cambiado con los tiempos. Y así debe ser. Nada es impermeable a los cambios de hábito y tecnología.
Dicho esto, escuchar vinilos era la única forma de adentrarse en los registros musicales que dejaban las bandas o los solistas de esa época. Luego la era digital cambiaría eso. Pero sigo con el relato.
De una u otra forma siempre aparecía “la moneda” que nos permitiera a los chicos comprar algún disco en las ya ausentes disquerías de barrio. Cada uno formaba su propia discoteca y era habitual que nos reuniésemos en la casa de alguien a compartir gustos musicales, llevando cada uno sus novedades. También acostumbrábamos a mantener charlas respecto al arte de tapa. Las fundas de los discos, por su tamaño, permitían a los diseñadores tener una mayor superficie para desarrollar sus ideas, o las que el artista le brindara. Incluso se desarrollaron diseños con tapas desplegables. Todo un lujo.
Generalmente lo hacíamos en el domicilio del que poseyera el equipo de sonido más importante y de mejor calidad.
Estoy hablando de finales de la década del ’60, principios de los ’70.
Por supuesto esta costumbre trajo aparejada, entre otras cosas, la competencia. Nos sacábamos chispas para ver quien traía el disco más raro e inesperado. Consideremos que las grabaciones de esos tiempos de artistas extranjeros se editaban aquí en Buenos Aires por intermedio de alguna filial que tuviera por estos lares el sello original de cada artista. Otra alternativa era que algún sello licenciara la obra y lo editara por su cuente. Esto también demoraba la llegada de las “novedades”.
El asunto es que yo había encontrado la forma de tener los días Domingos por la noche una cantidad importante de discos nuevos e importados que hacían nuestra delicia y creo que también me ganaba el odio de algunos “perdedores” (por lo de la competencia).
¿Cómo lo había logrado si por supuesto no tenía capacidad económica alguna para comprar esos discos?
Les cuento:
Conocí casualmente mientras estudiaba en la escuela nocturna a un muchacho algunos años más grande que yo del cual me hice amigo y con el que compartíamos gustos musicales durante los recreos. Este alumno trabajaba en una discoteca bailable pasando música los domingos por la tarde. Logré ser su “ayudante” y colaboraba para descargar unas grandes cajas de madera donde él llevaba prolijamente acomodados todos los vinilos. Obviamente tenía un bagaje de novedades que según él me contaba, se los traía una azafata que viajaba a EE.UU y Europa todas las semanas. ¡Imaginen semejante “arsenal” musical!
Como el dinero que a él le pagaban por pasar música solo ese día por la tarde no alcanzaba para compartir, me dijo que no podía abonarme por mi labor. Entonces, ¡llegó el pacto! Arreglé con mi amigo el DJ. dos cosas para compensar mi labor.
La primera fue que podía quedarme en la discoteca a bailar (recordar que yo era menor de edad), y la segunda y más importante……….pacté que me prestara diez discos por fin de semana con la condición de devolvérselos antes del próximo domingo en impecables condiciones.
Gracias a este pequeño “arreglo” pude conocer discos de J.Hendrix, James Brown, Sam Cooke, The Doors, Janis Joplin, Bob Dylan, The Who, Jefferson Airplane, y tantos otros que de otra forma me hubiera sido imposible conseguir en esos años.
Por supuesto mis amigos de entonces jamás se enteraron de esto. Tampoco hubiera sido conveniente que así lo hicieran.
La casualidad y la picardía habían hecho lo suyo.
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