por VANINA DAUBROWSKY
Soy fan de contar, escuchar historias y guardarlas en mi memoria. Todos tenemos algo que contar. Todos escribimos, no siempre sobre un papel. Hay un sentimiento muy lindo, una conexión muy especial que surge entre las personas cuando se cuenta una historia, un poema, un cuento. Brillo en los ojos y sonrisa en los labios que la cuentan. Escucho y veo con atención.
Matías nació en 1995 en Corrientes, a los 7 años se mudó con su familia a la ciudad de Castelli, Chaco. Volvió a Corrientes para estudiar primero contabilidad y después cocina. Hoy es chef ocasional y trabaja en el área administrativa de la dirección de Industrias y producciones culturales de la provincia. Habla lo justo y necesario hasta que entra en confianza. Escribir lo ayuda a no perder su esencia artística y su sensibilidad. Una noche, en un cumpleaños hablamos sobre esta propuesta. En su celular tenía varios textos escritos por él. Yo, re entusiasta, como siempre, le dije ‘’ ¡tenemos que publicar esto!’’. Y así fue.
Aprecio este tipo de textos. Interpreto más allá de la técnica o manera de escribir que tienen las personas, me imagino el contexto, el sentimiento, todo el proceso creativo. Veo lo crudo, veo cuando se gesta y el resultado final. Funciona perfecto.

Un pucho es rico con el mate amargo. Está bueno cuando terminas de comer. Un gran compañero cuando estas solo, te da calma en momentos de desesperación, si tuviste un mal día es un gran refugio.
Suena maravilloso, pero tiene cosas feas. El olor en la ropa, en la cama. Deja secuelas irreparables en los pulmones y el corazón, que es una sus víctimas favoritas. Si entramos en comparaciones. El pucho es bastante parecido al amor. No está bueno dar besos a alguien que no haya fumado.
Tal vez no sé mucho sobre el amor, pero puedo seguir hablando de lo lindo del pucho y sus secuelas por un buen rato.

Estoy cansado de que tu fantasma se aparezca siempre. Me dijeron que es imposible que se vaya y me deje tranquilo, que cuanto más intente correrlo, solo estoy empeorando la situación.
Así que aprendí a convivir con él, me acompaña casi todo el día. A la mañana cuando me levanto, me preparo el desayuno, me abraza y hace pensar en lo lindo que sería este momento si estuvieras acá.
Él es una máquina de tristeza, sabe lastimarme donde más me duele. Discutimos cuando conozco a alguien, me hace entrar en comparaciones y se empeña hacerme creer que sos la indicada. Freno en seco el deseo cuando reflexiono que no sos para mí. Trato de no enojarme con él y de a poco está entendiendo que ahora estoy mejor.
Hoy hubo una buena cosecha. Aunque parezca imposible, puede florecer en el cemento

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