REVIEW DE DISCOS: ‘La Conquista del Espacio’, de Fito Páez. Por MAXIMILIANO CURCIO

FITO PÁEZ, UN ASTRO INTERESTELAR

Hace casi una década (en 2011), Fito Páez se animó a editar un disco de covers sobre clásicos de la música del siglo XX titulado “Canciones para Aliens”, empresa semejante al acto de arrojar una botella musical al espacio sideral, que testimonie un grupo de canciones memorables, reversionadas con honestidad y lucidez. Años después, su flamante “La Conquista del Espacio” redobla la apuesta de aquel triunfo intergaláctico. Está claro que el planeta Tierra no cabe en las fronteras del rosarino, en tiempos de epidemias nada gratas que cancelaron la presentación en vivo del disco, el pasado 13 de marzo, en el Hipódromo de Rosario, fecha en la que el cantante cumplía 57 años.

Fito Páez es un músico en estado resplandeciente, que se lanza a la conquista de su libertad, de su piano y de su espacio personal. Porque decirnos la verdad y en la cara importa, en tiempos de vacuidad de contenidos y palabras insensibles. Verdad irrenunciable, según Fito, cuando se nos revela en señales de amor que nos hacen resucitar. El compositor, consciente del lugar que ocupa su música en nuestro inconsciente colectivo, sabe que nuestro corazón guarda melodías que atesoran la íntima memoria musical, aquellas que conforman la banda sonora de nuestra vida, de la que el rosarino ha sido, y es, parte esencial.

En “La Conquista del Espacio”, Páez lleva su música alrededor del sol, incendia guitarras y nos convoca como el mejor chamán al centro del fuego, cual ritual ancestral musical. Una hoguera sin vanidades que nos encuentra, otra vez, desandándonos en el nuevo mundo de hoy. Lanzado a la conquista del cosmos sideral y del propio, el artista pasa de liberar ciudades a conquistar el espacio con un denominador común: la respuesta está en el amor. Y en el goce encontramos el antídoto perfecto contra todo mal en este mundo.

El disco fue enteramente grabado en Norteamérica: nada menos que los imponentes Capitol Studio (Hollywood), Ocean Way Nashville Studio (Nashville) e Igloo Music (Burbank). La producción artística estuvo a cargo del propio Fito en compañía de su fiel escudero Diego Olivero y de, nada menos, Gustavo Borner, reciente productor de la experiencia norteamericana de Andrés Calamaro (“Cargar la Suerte”, 2018). Además, participaron del disco los músicos estables de su banda Juani Agüero y Juan Absatz, sumando el álbum el glorioso retorno del bajista Guillermo Vadalá, quien participó en numerosos discos de Páez -como “El amor después del amor”- y de varias formaciones junto a Luis Alberto Spinetta.

Buscando otro amanecer, un nuevo amanecer, cegado por la luz del sol, persiguiendo aquella libertad que no sabe esperar, Páez arremete desafiando destinos, avizorando nuevos horizontes. Nadie es de nadie, ni se sabe dónde queda mañana. La vida está hecha de incertezas y Fito sabe descubrir los velos de esa belleza oculta. En el primer corte comercial, el exquisito “Resucitar”, sabiendo de su fragilidad humana, se percibe falible y capaz de causar dolor, acaso la paradoja de toda contradicción de leyes: opuestos que se atraen, amores traicionados, juntos por siempre o nunca más, cavilando sobre si soltar o amarrar. Surcando aires lennonianos, esta bella perla también transita con fineza el espíritu de Paul McCartney (no olvidemos que en el disco participó el baterista del ex – Beatle, Abe Laboriel) y la majestuosidad de Elton John.

“Las cosas que me hacen bien” reflexiona con agudeza y picardía (‘La guerra no se gana hasta que está todo el enemigo dominado’, se vincula a “El Arte de la Guerra” de Sun Tzu) acerca de las modas y tendencias en tiempos de lábiles pasatiempos licuados de información. Con llamativa versatilidad, la canción se desarrolla con aires festivos al tiempo que nos arroja un manifiesto de profunda hondura social, cuestionando mandatos y convenciones en mundos que son una trampa mortal: gente adormecida, autoridad policial y persecutoria, se hace pertinente montar necesarias revoluciones que no resulten tímidos y fríos ensayos desde la pantalla táctil. Por momentos reformula “La Casa Desaparecida” (Abre, 1999), y en otros tramos nos retrotrae a la más reciente “Se Terminó” (La Ciudad Liberada, 2017). ¿Qué nos pasó, Argentina? ¿Cuánto vale la vida humana? Viviendo bajo la ley de la selva, como en tiempos de “Paranoica fierita suite” (Rey Sol, 2000), la canción nos anima a no perder la sensualidad ni la poesía como remedio imprescindible. Urgente y clandestina, posee el ADN de “El Chico de la Tapa” (“Tercer Mundo”, 1990).

Promediando el disco, Fito examina los restos de nuestro amor, de lo que fue una gran ciudad o los pedazos de lo que fue alguna vez un corazón, diría Calamaro. Rastreamos ciertas huellas en su casa natal de Rosario, allí donde vivieron el amor y las profundas fantasías del terror. Una intro similar a “House of the Rising Sun” (de The Animals) sirve de preámbulo a la “La Canción de las Bestias”, mientras presagia a una auténtica bestia creativa: Fito canta y se desgarra, en mágicos acordes y épicos climas que visten una letra de profunda valentía: un artista desnudo ante el mundo, haciendo su oficio, sangrando sin parar, capturando los horrores para transformarlos en belleza o llorarlos en silencio.

Su formato acústico recuerda al rasguido de guitarras con el que iniciaba “La Ciudad Liberada”. Y todo acto liberador, lo sabemos, exige un sacrificio: un artista que entrega su corazón hecho pedazos a una causa noble, su arte. Al tiempo que se pregunta ‘¿qué pasó con el ser humano que el mundo está tan mal y todos pretenden tener la razón?’, nos hace reflexionar acerca de nuestra propia realidad, inmersos en un desierto de sinsentido. La respuesta está en la música, y la canción poseerá por siempre esa sed verdadera. ¿Qué sucede si un artista no canta lo que siente? Escuchen nuevamente “Barro, tal vez” y obtendrán fértiles respuestas.

Su facilidad para gestar relatos callejeros cinematográficos resulta encomiable. Así como lo fuera la inoxidable “11 y 6” (Giros, 1985), treinta y cinco años después “Gente en las Calles” (en dúo con la artista pop Lali Espósito) rescata una fotografía de una Buenos Aires (su Buenos Aires querida) poblada de gente sola. ¿Qué fue de vos Baires?, ¿dónde quedó tu identidad?, se pregunta Fito. En Pueyrredón y Libertador…en Parque Lezama y en Recoleta, ¡no!…en invierno o en verano, gente que necesita nuestro amor como cobijo en un mundo salvaje. Un mundo de giros, tras giros, bajo un sol vibrante, siempre el sol, otra vez el sol. Fito, rey sol, nos anuncia que todos yiran y yiran bajo el sol como en su oda tecknicolor. La vida es un viaje, también un mar de sombras como antes dicho. Con transparencia, la canción nos muestra una triste y cruel realidad ignorada por muchos.

La siguiente canción, titulada “Ey, You!”, representa el segundo dueto del disco, registrado junto a Mala Fama, grupo argentino de cumbia villera cuyo líder es Hernán Coronel, quien aporta voces junto a un Fito provocador que ensaya un rant a lo Axl Rose en su pasado contestatario (‘Ey vos, monstruo yuta, cuándo me vas a dejar de pegar?’ / Vaffanculo, fucking bastard). El relato, crudo y extremado denuncia a toda bestia equilátera (cuadrados de mente) que ejerce la violencia de género. Fusionando los ritmos barriales y licencias idiomáticas, vira hacia el funk y ofrece pegadizas melodías y estribillos como prólogo a “Nadie es de Nadie”. Recuerda a cuentos ruines, desvergonzados y marginales como “En el baño de un hotel” (“Confiá, 2010). En tiempos de poliamor y lenguaje inclusivo, Páez exuda frescura juvenil y se aggiorna a las modas actuales, atento a las inquietudes de las nuevas generaciones con un rock contagioso.

Luego, un beso y un rayo de luna, o si reía le daba la luna, lo mismo da.  Ladrándole a amores perdidos, nos invita a tirar afuera del dolor (‘si el mundo tira para atrás prendé led de brillar’, cantaba en “Bohemia internacional”) ratificando búsquedas pasadas. A continuación, “Maelstrom” podría ser, sin exagerar, uno de los puntos compositivos más altos de toda la carrera de Fito Páez. Tratándose de uno de los músicos más brillantes de la historia de nuestro rock, la observación no resulta menor. Quizás notando reminiscencias a “Un Perro Andaluz” (Serú Girán) en el comienzo, da paso a una montaña rusa de sensaciones. Fito sabe de dolor y de un tesoro irrenunciable: la imaginación y la reinvención, como recurso maravilloso. Tomando el título de la destacada obra literaria, nos acerca de la pluma del inmortal E.A. Poe animándonos a descubrir a este genio maldito, escapando de su propio torbellino.

Mientras su melodía posee rastros de la bella “London Town” (Confía) justo a tiempo que nos regala preciosos arreglos orquestales, el ‘hoy, mañana y ayer’ se funde con el ‘Te vi, te vi, te vi…’, como una revelación sagrada, en un enésimo guiño nostálgico que rescata fulgurantes tiempos pasados. Esta preciosa balada eleva al álbum a un éxtasis emotivo brutal. Si antes era ‘abre drogas, abre amar’, aquí ‘las drogas son la luz, también el poison’, avisa el cantante. Como si fuera poco, la huida de aquel peligroso torbellino es un canto de redención que nos hace un nudo en la garganta, poniendo a pruebas nuestras lágrimas. Fito canta mientras el huracán precede a la tormenta y su canto se hunde profundo en nuestro corazón.

Allí, pendulando hacia su tramo final, el disco lleva a cabo un mágico giro: naufraga camino directo a la tormenta perfecta. El amor es la única verdad, veintiséis años del amor después del amor, Fito se ha mantenido incólume. Captando señales del infinito, sabe que cuenta con un talismán infalible: amar es sagrado y da libertad, amor es la palabra perfecta. Si en “RRR” ‘el caos es el orden bien interpretado’, un lustro después confirmamos que ‘en el caos vive el corazón de la fiesta’. Fito sabe abandonarse a la deriva y en la velocidad, sabiendo que la vida está llena de paradigmas prestos a romperse, aunque neguemos a los mismísimos dioses.

Si en “Plegaria” (La Ciudad Liberada) ‘la música y los sueños contra tus monumentos’ se convertían en una oración, allí en Rosario se apropia de la historia nacional cuando ’el monumento a la bandera vuela hacia a la inmensidad’. Fito construye el nuevo Arca de Noé y en su memoria personal aglomera canciones, discos y libros. Y en la nuestra viajan los de él. En su esencia viven, brillantes, las luces de su barrio antes del adiós para ver las luces en la ciudad (“Yo te Amo”) y esa consecución entre sus recuerdos y su presente permite el continuo florecer de su gema creativa, presente en su vigésimo cuarto disco de estudio, cuya coda final nos regala una máquina de escribir sonando sin cesar como símbolo inequívoco de un artista tramando nuevos relatos.

No es novedad que el alma rebelde de Fito Páez no milita en el buró progresista, desde aquellas épocas en donde al lado del camino nos declaraba que ya no pertenecía a ningún ‘ismo’. Loco treinta años después y haciendo casas en las estrellas, este hombre enreverado continúa ‘delirante y con la rabia intacta’. El rosarino bendito asume riesgos y se entromete en terrenos inexplorados, observando el mundo que lo rodea con esperanza y espíritu crítico, en iguales dosis. Vital y contundente, se abraza a la música y nos invita a escuchar atentamente su ‘conquista espacial’, bailando hasta que se vaya la noche…o todo se olvide. Todo, salvo las cosas que nos hacen bien. Como su música, liberadora del alma humana.



Categorías:Alta Fidelidad

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

A %d blogueros les gusta esto: