LATINOAMÉRICA ARDE: La ciudad de los Césares. Por CARLOS GIL

«El Dorado»

El veintiséis de julio de mil quinientos treinta y tres, el invasor español Francisco Pizarro, asesinó por garrote vil en Cajamarca al “Rey blanco”, el Inca Atahualpa. Cuando la noticia se esparció a todos los rincones del vasto dominio territorial de una de las tres mayores civilizaciones precolombinas, las caravanas se detuvieron y cambiaron su recorrido.

Cuando el jefe Inca fue secuestrado y tomado prisionero se encontraba en la ahora llamada habitación del tesoro., en la que estuve personalmente y mide unos seis metros de largo por siete de ancho. De pie frente a su captor extendió su brazo derecho por encima de su cabeza y tocando el muro con su mano ofreció pagar su rescate llenando esa habitación, hasta esa marca, una vez de oro y dos de plata. De inmediato su pueblo cumplió la orden y empezaron a llegar a la ciudadela con carros cargadas de objetos preciosos.

El Qosqo o Cusco, era la capital política y religiosa del Tahuantinsuyo y de allí partían los caminos a los cuatro suyos o regiones.  El Qorikancha era un lugar sagrado dónde se rendía adoración al dios Inti, el dios Sol. El frontis –de tres metros de alto- y todas sus paredes interiores estaban revestidas de oro labrado por los más eximios y experimentados orfebres.  En el recinto y sus amplios jardines tenían, a tamaño real, vicuñas, aves, árboles, pumas, serpientes, plantas como el maíz todo fabricado con oro y plata. El dios sol, representado por una figura masculina de tamaño natural era de oro sólido y la diosa Luna, por una figura femenina, estaba construida de plata pura.

Cuando llegó la orden de pagar el rescate, los chamanes y sus asistentes y sirvientes se dedicaron a desmantelar el templo.  Calculan los conocedores que se necesitaron más de seiscientas llamas para cargar y trasladar el inmenso tesoro. Pero al conocer el asesinato de su líder, los viajeros cambiaron su rumbo y tomaron el camino del Contisuyo, el camino que iba hacia el sur.

«Cuarto de rescate»

Comienza la leyenda

Cien años después, el capitán español Francisco César, al mando de quince hombres, inició su expedición tratando de hallar aquel fabuloso botín. Había pasado ya una década de su conversación con dos náufragos sobrevivientes de la aventura de Magallanes intentando cruzar el estrecho.  Al adentrarse en el continente y encontrarse con indios pampas, habrían tenido las primeras noticias sobre la ciudad escondida que llamaban “Elelìn” y como prueba de la veracidad de sus dichos le vendieron una pequeña placa de oro rectangular. El codicioso capitán buscó y rebuscó información a través de los años. Por distintas fuentes confirmó que una gran caravana fuertemente custodiada había atravesado los actuales territorios de Bolivia, Tucumán, Córdoba y el norte de la Patagonia. El rastro se perdía en la zona cordillerana en el límite del Walmapu, de la Nación Mapuche. Pero la leyenda había comenzado a cobrar forma definida. En un valle fértil oculto entre montañas cercanas al lago Aluminé, aquellos chamanes de Qorikancha, mas algunos indios de la etnia Chuillaw se habían afincado en una zona de minas auríferas. Habían construido una ciudad con paredes de plata y techos y campanas de oro con dinteles de jaspe y esmeralda. Producían alimentos en abundancia, eran criadores de grandes majadas de ovejas y tenían agua cristalina y pura provenientes de los deshielos cordilleranos.

La calidad de vida era tan grande que se mantenían aislados de todo contacto exterior. La rovenza era un vegetal que cultivaban los chamanes en reemplazo de la ayahuasca originaria de su tierra cusqueña, Esta planta tenía poderes alucinógenos no adictivos y les permitía realizar sus viajes astrales y reconocerse en sus visiones. 

«Rescate del Inca Atahualpa»

Los Césares

Los hombres del capitán Cèsar eran conocidos como los “césares” y su búsqueda de “Elelìn” –la ciudad de oro- fue tan intensa, como infructuosa, que otros españoles, aun siglos después, siguen buscando la que ahora llaman la ciudad de los césares, perdida en los confines de América del sur en el límite más austral de Chile y Argentina. Pero nunca la encontrarán porque sus creadores ayudados por los elementales de los bosques, los lagos y la nieve destruyeron todos los caminos de acceso. Y aquellas ricas costumbres y maneras de la cultura Inca se mantienen invisibles y ocultas hasta que llegue el tiempo de volver a florecer. ¡Y no lo duden, llegará!

«Pacha»


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