
Múltiples y variadas son las interpretaciones que se hicieron acerca de la obra expresionista “El Grito” de Edvard Munch, 1893.
El artista atribuye su inspiración, en esta icónica obra cultural, a un paseo junto con dos amigos por un mirador frente a un precioso paisaje de Oslo, cuando el sol se ponía. A pesar de la belleza, que la naturaleza le brindaba, sus ojos vieron al cielo teñirse de un rojo sangre, percepción que le produjo un estremecimiento y profunda tristeza; que describe como un dolor desgarrador en el pecho. Mientras el detuvo su marcha temblando de miedo, sus amigos continuaron con su andar, ajenos a lo que Munch oía y que describió como “un grito interminable que atravesaba la naturaleza”.
Más allá de los análisis que asocian la figura andrógina gritando, con una expresión de desesperación, con el propio artista y su atormentada vida. En este trabajo tomamos a esta figura como la angustia que habita al sujeto postmoderno y que se caracteriza especialmente por la individualidad y una vida que se rige bajo reglas comerciales. Esta obra considerada una de las más importantes del artista y del movimiento expresionista, logra captar el gesto de angustia con una gran expresividad y fuerza psicológica; esa angustia que los seres humanos transitan en la vorágine de la época. La escena que el pintor estampa es la de un sendero en perspectiva diagonal, con movimientos de pincel que producen una sensación visual de movimiento sonoro en concordancia con la expresión angustiosa que manifiesta la figura principal. En el fondo, se perciben dos siluetas que parecen estar ajenas a lo que la figura principal vive.
En trabajos de análisis anteriores se menciona que sus pinturas reflejan la angustia y desesperación del hombre moderno; a lo que este trabajo respecta, resignificamos esta mirada. Si bien la obra pertenece al período moderno, situaremos en ella nuestra época. Y así, como los grandes clásicos que nunca pierden vigencia, las grandes obras de artes tampoco; y gracias a su excelencia este artista puede con su pincel, estampar nuestra angustia (humana) para hacérnosla revivir y reconocer en nuestro propio cuerpo. No en vano se le otorgó a Munch el título de uno de los precursores del expresionismo.
El discurrir acelerado de los días atropellan el andar de las personas, la introducen en una vorágine en la que todo pasa tan rápido y se descarta tan rápido, que casi nada se disfruta. Puesto que no hay tiempo para procesar y asimilar lo que se vive, un época que fomenta su discurso en aprovecha tu tiempo pero ya!!. Por lo que en realidad se trata de una acumulación que no es riqueza, el tiempo de calidad ha perdido la batalla contra lo simultáneo y la cantidad. Volcando al sujeto a un carrera detrás de aquello que le dicen llenará su falta, pero que luego de obtenerlo en lugar de hallar la calma y sentirse saciado, la sombra de la angustia se asienta en el sujeto haciendo esa falta cada vez más grande y difícil de soportar. Pensemos en ese cielo del cuadro, como lo que Bauman plantea como modernidad liquida, una época en continuo movimiento que hace que lo que nos rodea se presente enormemente cuantioso, luminoso, con movimientos continuos que nos distraen constantemente, volviendo borroso nuestro alrededor por la velocidad en que se sucede una cosa tras otra.
Un andar y transitar de nuestros días que nos sumerge en una individualidad de soledad y angustia. Llueven las consultas médicas ligadas a fenómenos mentales y corporales como la aprensión, preocupación, la sofocación, palpitaciones, tensión muscular, fatiga, sudor y temblor. Las personas viven solas y apuradas en una carrera sin sentido, sin dirección. Dylan Evans (2018) afirma: “(…).La angustia es ese punto en el que el sujeto está suspendido entre un momento en el que ya no se sabe dónde está y un futuro en el que nunca podrá volver e encontrarse” (pág. 39).
Así vivimos subidos a una calesita de ofertas que nos tiene mareados. Todo a nuestro alrededor pasa con velocidad, nos llena de cosas en las manos pretendiendo tapar la falta; cuando en realidad se debiera aprender a vivir con ella, puesto que somos sujetos marcados por la falta. Esta no se colma con objetos, lejos de hacernos bien esto agranda nuestro vacío. Otros muchos, los marginados, directamente sufren la desubjetivación, es decir al no ser sujetos de consumo, al quedar por fuera de esta posibilidad, circulan por las sombras, invisibilizados al peor de los sufrimientos, ser negados como personas. Para surgir de las sombras y hacerse visibles, recurren a los pasajes al acto mediante el vandalismo y conductas marginales.
En el rostro de la figura principal del cuadro leemos esa sensación de abandono y destitución subjetiva que transita el hombre postmoderno, en un contexto histórico- sociocultural que lo pone en constante amenaza y sensación de fragmentación; amenazando la ilusión de síntesis que constituye a su yo. En su expresión observamos y sentimos su grito ahogado de angustia, insonoro pero manifiesto en su cuerpo y en el espacio que su cuerpo habita; puesto que lo que sujeto vive en su mundo interior lo proyectará a su mundo exterior, que en el cuadro se refleja en ese paisaje de colores y movimientos desoladores.
Estos modos de producción subjetiva que impone la época, arroja al sujeto a un sentimiento de indefensión ante lo inesperado. Han entrado en crisis las rígidas convicciones que lo mantenían arraigado y ante este desmantelamiento, su primera reacción es la resistencia por la angustia del aniquilamiento representacional.
(…) el legado más grave de treinta años de represión primero y neoliberalismo después no es el surgimiento de una nueva subjetividad, sino el carácter de desecho, de restos amorfos de la subjetividad anterior bajo nuevas formas que se caracterizan, fundamentalmente, por el reemplazo de la solidaridad por la caridad, la reducción de la noción de semejante y la condena bio-política de grandes sectores de nuestro país. El reemplazo de la felicidad como proyecto de vida por el goce inmediato como forma de supervivencia y su reflejo de grandes sectores de los más carenciados del país, que recogen los modos degradados de la ideología de los poderosos para implementarla bajo modos patéticos de supervivencia. Cuestión que se refleja en el campo de la salud mental, expresada por la degradación terapéutica que ahora pretende naturalizar el sufrimiento psíquico, renegando su causalidad – en sentido analítico: empleando el mecanismo perverso de la Verleugnung (negación). (Bleichmar, 2010, pág. 15).
Del sujeto barrado por la falta, de Lacan hacia la gran mentira y engaño del sujeto de código de barra que propone la época. Con su luminosidad artificial vende una promesa de ilusión de completud que jamás se logrará, puesto que la falta es constitutiva y ,fundamentalmente, necesaria para que el sujeto siga caminando, construyendo y viviendo.
Poner el freno a esta loca calesita que nos empuja de un objeto a otro para que la incomodidad interna, el agujero sin fondo, se cierre. Comprender que ese vacío que nos habita pertenece a nuestra estructura y todos los sujetos la llevamos. Nada la colma y el secreto es aprender a caminar con ella, es consecuencia del desarrollo humano desde su estado de indefensión con el que nace y la necesidad de un Otro que responda a sus necesidades lo más certeramente posible. Para que luego de apoco, nos hagamos capaces de sostenernos a nosotros mismos.
De este modo la angustia y la falta son marcas de cómo ha atravesado estas experiencias de amor, cambios, abandonos, frustraciones que vive el sujeto durante esta etapa, así como también, la consciencia última de sinsentido de todo, ya que hemos nacido para morir.
Pero esta época tiene como lema dos mentiras crueles: una que nos empuja a comprar , ir de un objeto tras otro para que nos colme y la otra que nos dice que “todo el tiempo hay que ser felices”. No debe existir dolor ni sufrimiento en nuestras vidas, porque eso es tiempo perdido. Que nada cambie!, no llores!, no hagas duelos!, si algo te duele toma algo para el dolor pero no pares!!!, la respuesta está en viajar para olvidarte de los problemas!, cómo si no estarían a la vuelta esperándote. De este modo, hoy se vive postergando angustias, montado a una búsqueda de ilusión de placer continuo, como equivalente a la felicidad que en realidad termina siendo un goce inmediato, marcando la existencia de frustraciones, ansiedades, soledades, vacíos existenciales que caracterizan el caminar angustioso del sujeto postmoderno. Pues viendo así, vivimos ignorando y desestimando nuestra realidad humana.
El mejor negocio que se puede hacer, en esta época ultra capitalista, es aceptarse atravesado por las propias limitaciones y emprender el aprendizaje, que obviamente no te llevará a la perfección en definitiva somos humanos y cargamos a cuestas nuestra incompletud y falabilidad. Pero si viviremos de modo más consciente y auténtico, siendo esquivos a la tentación de la época de una vida estresante que me tiene corriendo detrás de la “felicidad”, una felicidad que salta de objeto en objeto u objetivos marcados por el afuera que nada tienen que ver con mi deseo, provocando cada vez vacíos más grandes. Mediante el autoconocimiento detienes esta rueda para caminar pausado, para adaptarte a los cambios y aprender de ellos, para llorar y hacer tu duelo, respetando tus tiempos, tus deseos. Para transitar el dolor, curar cuerpo y alma, para enfrentar problemas y dialogar con ellos.
Hoy angustiarse no es posible, pareciera no estar permitido. Necesidad irracional y extreme de inventar razón a todo para que explique y tranquilice. Pero mediante el conocimiento uno descubre que esa ordenada y perfecta ilusión no existe y hay que habérselas con esto, con el caos, con la incompletud, la falabilidad y la otredad. Dejar de invisibilizar lo que no nos gusta de lo propio interno y de lo externo, las explicaciones se escapan a la linealidad y el recorte, que el positivismo nos tenía acostumbrados. Todo cambia, la verdad y el saber no escapan al cambio y en nuestra humilde opinión, esto hace posible el crecimiento y el enriquecimiento social, cultural y personal. Pero, aunque todo cambie, en este devenir no se pierde una lógica, se vuelve parte de una totalidad que resulta incomprensible dado que escapa a nuestros parámetros tradicionales.
En el cuadro de Munch podemos situar la precariedad, inestabilidad, vulnerabilidad, condiciones de la vida contemporánea, en ese fondo curvilíneo y en la lejanía entre sus personajes, la figura principal y los sujetos del fondo, a quienes el pintor señala como sus amigos en esa tarde de caminata. Refleja esta obra la soledad de los vínculos, que si bien se observan, se mantienen indiferentes, callados, apenas comprometidos con el sufrimiento del que grita. En una época en que los vínculos tienden a ser visualizados y tratados como objetos, a ser consumidos pero no producidos. Dejando al sujeto bajo los mismos criterios de evaluación de todos los demás objetos de consumo. Esto denota la precariedad de los vínculos en nuestra presente existencia social, como una superposición de productos para consumo inmediato; relaciones que esquivan el compromiso, el trabajo arduo que implican los vínculos duraderos, aquellos tan necesarios para nuestro entorno y calidad de vida.
Categorías:Una Ventana al Psicoanálisis
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