CLÁSICO…: «EL HONOR DE LOS PRIZZI», de John Huston. Por HÉCTOR SANTIAGO

Cuando en Hollywood ya había corrido mucha agua bajo el puente de la producción filmográfica sobre la mafia italiana, abundante cantidad de dólares y un importante reconocimiento académico, Houston estrena en 1985 El honor de la familia Prizzi, película que en su momento es multinominada en varios festivales. El honor es un valor moral que está vinculado al deber, a la virtud, que puede ser considerado de manera individual o social. En el film este valor moral hace referencia a los códigos que rigen a una familia siciliana radicada en Nueva York con intereses en todos las actividades pecaminosas, prohibidas y perseguidas por las fuerzas de la seguridad y la justicia. Y la expresión del honor aquí se traduce en que nadie puede robarle a la familia y quedar impune. Por tanto cuando alguien atenta contra ese valor, en este caso en relación a los bienes de los Prizzi, un miembro de la casa debe encargarse de recuperar lo sustraído y castigar al responsable.

Pero que nadie se asuste pensando que se trata de una pesada obra filosófica o una película centrada en problemas morales que de manera muy rápida nos abrumará, llegando a agotar nuestra atención. 

Por el contrario, la realización de Houston recorre los caminos de una comedia y quizás hasta de una parodia de las películas sobre la mafia italiana. Un padrino enfisematoso que en cada aparición parece estar despidiéndose por última vez, con una voz gastada por el tabaco y mermada por los años, caricaturiza algún otro u otros padrinos célebres que brillaron en la pantalla unos años atrás. Cada una de sus presencias en escena provocan en el espectador sensaciones que van de la comicidad a lo intimidatorio, de lo patético a lo atemorizante. Un ahijado protagonizado por Nicholson que a lo largo de la película nos desafía a identificarlo como un personaje limitado intelectualmente o un individuo que pese a no leer más que revistas, de tanto en tanto tiene reflexiones interesantes y hasta originales, particularmente cuando se refieren al amor.  

No hay en el trabajo de Houston una oferta de lenguaje cinematográfico nuevo, muy elaborado y visualmente virtuoso. En este sentido es bastante convencional. Su mérito estriba en no recurrir a las pantallas inundadas de sangre y escenas de una absoluta crueldad. Los asesinatos resultan «aceptables» y dentro de los canones del género casi «normales». Uno de los méritos de Houston radica en exhibir el sinsentido, contradicción o absurdo de los códigos morales de la familia que, por razones de conveniencia comercial mata sin piedad y al mismo tiempo se siente agredida moralmente por aquellos otros que con sus mismas armas atentan contra sus bienes. Por momentos parece burlarse o parodiar otras realizaciones de esta temática que sin buscarlo de manera consciente, cayeron en cierta legitimación de los códigos y recursos con los que esos núcleos familiares y de negocios de origen italiano actuaron y se defendieron.

Por momentos, El honor de la familia Prizzi recuerda a La danza de los vampiros por su tono burlón y paródico. Los sucesos más graves y temibles están envueltos en sátira y humor, provocando de ese modo que nada resulte demasiado cruel o lamentable. Tanto es así que el desenlace no parece sacudir al espectador ni conmoverlo. En todo caso, muchos espectadores hombres, entre los que me incluyo, habrán lamentado que el fundamentalismo prizziano de Nicholson lo llevara a sacrificar a una Kathleen Turner que vaya a saber por qué designio tuvo que personificar a Irene,  la responsable de atentar contra el honor de los Prizzi y a la que varios de nosotros, de habernos consultado, la hubiéramos perdonado sin mayores remordimientos. 



Categorías:Clásico y Moderno

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