
No tengo muy claro cuál era el parentesco de este hombre dentro de la familia de mi
viejo.
Posiblemente fuera un primo. A esta altura solo quedan algunas fotos sepia e historias
que retenemos los que aún andamos por acá.
La cuestión es que a este señor lo recuerdo a la mesa en las festividades en donde toda
la prole se reunía. Cumpleaños, casamientos, navidades o festejos de fin de año. Me
viene a la memoria la algarabía de los comensales cuando el alcohol comenzaba a hacer
su onírico efecto. También las canciones llenas de remembranzas sobre los pueblos
dejados atrás en busca de una mejor vida.
Revisando las historias familiares, recordé un detalle sumamente pintoresco.
El personaje al que estoy tratando de describir tenía, en sus últimos años de vida, una
ocupación extraña. Cada tanto mi viejo me llevaba montado en su bicicleta,
generalmente los domingos por la mañana, a visitar a este hombre y a su familia.
Creo que en esos momentos, mis ojos atraparon aquellas imágenes para siempre y hoy
me las devuelvan como un bello dibujito animado.
La cuestión es que este primo de mi padre tenía una fábrica de enanos. De enanos de
jardín moldeados en cemento. Toda la casa, incluidos el jardín frontal y el posterior, la
terraza y su cornisa perimetral estaban repletas de esas figuras. Figuras de no más de
cincuenta centímetros de altura. Algunas secándose al sol, otras pintadas de vibrantes
colores, otras esperando turno para ser coloreadas. Había algunos enanitos que llevaban
una carretilla hecha también en cemento, otros una flor en la mano y varios más con
algún tipo de herramientas en los bolsillos. Sé que en otros tiempos muchas casas tenían
en los jardines a estos hombrecitos de los cuales la historia habla de sus bondades
cabalísticas.
Mi reserva de recuerdos infantiles me llevó a esos espacios oníricos. Cosa extraña.
Tengo en la memoria esa película a todo color, aunque provengan de épocas pasadas en
blanco y negro.
La otra noche me vi en sueños parado frente a esa casa. Entonces comprobé que todas
las figuras de pie junto a sus moldes de hierro seguían allí. Y el hombre continuaba
pintándolos con manos temblorosas. Con brillantes colores.
Y la retórica de los sueños sigue construyendo nuestras vidas,
FIN