
CLÁVATE, deseo,
en mi costado rabioso
y moja tus pupilas
por mi última muerte.
Aquí la sangre,
aquí el beso roto,
aquí la torpe furia de dios
medrando en mis huesos.
Susana Thénon
La tercera película de Carlos Vermut, una de las revelaciones de los últimos años del cine español, es la de mayor presupuesto pero la menos lograda. Continúa siendo una historia impactante, con personajes impredecibles y situaciones límite, excelentes actrices y unos escenarios impecables. La crítica lo compara con Bergman y Almodóvar. Pero Vermut ya tiene un sello propio.
Lila Cassen (Najwa Nimri) es una famosa cantante de pop que hace diez años que vive de los derechos de sus canciones en una casa junto al mar en Rota (Cádiz, Andalucía). En la secuencia inicial la vemos desmayada en la playa. Ha perdido la memoria. Su representante y amiga, Blanca Guerrero (Carme Elías) antes del accidente le iba a proponer una gira porque necesita que Lila regrese a los escenarios por cuestiones económicas. Lila no recuerda nada.
Violeta (Eva Llorach) es una madre soltera con una conflictiva hija adolescente, Marta (Natalia de Molina) que tiene problemas de manejo de ira y es manipuladora. Su madre se siente impotente frente a esta situación y cede en todo lo que su hija le demanda. Si Marta fuese un sonido, sería música electrónica. Blanca le impone a Lila que tome clases con Violeta, que es su imitadora en un karaoke de la zona. Sus gestos, miradas y movimientos son idénticos a los de Lila en su momento de fama. Lila acepta sin demasiado convencimiento. Está perdida, como flotando en el aire, ausente.
Violeta ve la vida pasar y lo único que le da placer es interpretar los temas de Lila. Se transforma en ella. La mímesis y el meticuloso estudio de sus movimientos permiten que pueda explicarle a Lila cómo era ella en su época de esplendor. Lila está dubitativa, guarda un oscuro secreto de su pasado, el cual se develará casi al final. La tragedia llega mediante el deseo de Violeta que decide ponerse como prioridad y ayudar a Lila en su metamorfosis.
El título de la película alude a una canción pop de la banda Mocedades. Las canciones de Lila son interpretadas por Eva Amaral, las letras son de canciones de Nimri (que tiene seis discos en solitario y siete con Carlos Jean) y la banda sonora es de Alberto Iglesias, asiduo colaborador de Almodóvar. Vermut reconoce entre sus influencias a Hitchcock, Shyamalan, Almodóvar, Tarantino y Yasuzo Masumura, entre otros. Decidió que hubiese largos planos secuencia y que las actrices llevarán el ritmo de la misma sin cortes, dejando que la cámara sea un personaje más.
Se trata de un relato que pone la lente sobre el universo femenino una vez más, realizando una introspección de la psiquis, la identidad y la memoria con un sentido de la estética muy exquisito, en el que los brillos forman parte del contraste frente a tanta oscuridad y sobriedad cromática. El director admite haber sometido a Nimri a esa sensación de desposesión de sus canciones para que experimentara lo mismo que su personaje Lila, lo cual fue un experimento exitoso para la película.
Eva Llorach ya había trabajado con Vermut en “Diamond Flash”, su primera película, curiosamente también como Violeta. Natalia de Molina, ganadora de dos premios Goya destaca en este arriesgado rol que está al borde de la locura, muy diferente a los papeles a los que está acostumbrada a interpretar. La selección de estas cuatro actrices, cada una en una etapa diferente de su vida, retratan el dolor y la responsabilidad que implica ser mujer, pero no desde una mirada de género, ya que el director (más allá de su sensibilidad conectada con el lado femenino), no hace distinción, sino que lo encara desde la fragilidad del ser humano.
Categorías:Miradas Secuenciales
Deja una respuesta