
Unas de las películas musicales que más recuerdo haber visto en los tiempos que se exhibía en los cines es Woodstock. En realidad hoy me vino al recuerdo una situación muy particular que me sucedía cada vez que llegaba hasta el cine, en función trasnoche, para ver esta cinta.
Por supuesto que este documental marcó una época generacional allá por finales de los 60, y que muchos grupos y solistas que allí se presentaron, pasaron a ser parte de la historia del rock. También es cierto que éramos contados los asistentes a esa función, que todas las noches de martes a viernes, nos reunía en un cine del barrio de Belgrano. Realmente no me acuerdo del nombre. Tampoco mucho importa para este breve recuerdo.
La cuestión es que del año que les estoy hablando, en los cines no se permitía el ingreso a la sala en zapatillas. ¡Leyeron bien! ¡No se permitía la entrada calzando zapatillas! Sin embargo se podía fumar ahí dentro en la función nocturna. Cosa extraña.
El asunto es que el único tipo de calzado que usaba en esa época eran justamente las zapatillas, que si han leído anteriores crónicas melómanas, en una de ellas les conté la fascinación que sufrí de pibe al ver a Spinetta en uno de sus primeros recitales con Almendra usando Flechas azules. De ahí la devoción por ese tipo de indumentaria.
Sigamos.
Cada noche que llegaba sucedía lo mismo. El acomodador me frenaba en la entrada y me recordaba obsesivamente que no podía entrar, con lo cual debía recurrir a alguno de mis amigos (que también iban a ver esa peli) para que me alcanzara un par de mocasines por una puertita lateral de la entrada a la sala. De esa manera me cambiaba de calzado en el baño y así lograba entrar. Una vez adentro, le devolvía los zapatos.
Esto duró hasta que el acomodador me sorprendió a la salida con zapatillas puestas.
Lo que parece un inconveniente no fue tal. El hombre me dijo: mirá pibe, no te puedo estar controlando todas las noches. Hagamos algo. Yo fumo Jockey Club sin filtro, acá al lado hay un quiosco, hacéte la costumbre cada noche, antes de pasar por la ventanilla, de visitar al quiosquero.
A partir de ese pequeño diálogo, entrar con zapatillas no fue un problema.
Categorías:Crónicas de un Melómano
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