
Tempestades nocturnas
En invernales noches,
Con la luna ausente
Y la niebla amenazante.
En medio del océano
A merced de su suerte
Se ve a un viejo hombre
Desde orillas de la playa,
En una añosa barcaza
Repleta de añejos recuerdos,
Casi gritándole al viento
Con el alma desgarrada
Por causa de un amor perdido.
¡Emperadora de las olas,
Diosa indomable del mar,
Que perdida en aguas turquesas
Me has arrancado la vida
Con tu huida de mis brazos,
Frágiles y amorosos
Que te cobijaran un día,
Para marcharte detrás
De aquel encanto felino,
Taciturno y misterioso
Del que es amo de los mares,
Mezcla de Dios y demonio
Que encanta y enamora,
Pero a la vez traiciona
Como un veneno letal.
Mujer de mil madrugadas
En la arena de la playa
Ambos tendidos al sol,
Yo descubriendo tu cuerpo,
Tú hurgando entre mi alma.
Hoy que te encuentras ausente
Para más no regresar,
Mi ira es contra el universo
Y toda la creación,
Les reclamo tu absurdo rapto
En contra de tu voluntad,
Pues he sabido tuya mi alma
Y el néctar efímero y voluptuoso
De tu ardiente anatomía!
Transcurrió implacable el tiempo,
Como suele acontecer,
Despojando al hombre de sus fuerzas,
Arrebatándole su atractivo
Y robándose su memoria,
Mas, no eliminó su amor
Por esa mujer tirana
Que él aun creía buena.
La marea del mar creció
Con furia descomunal,
El cielo se inundó de nubes,
La hierba perdió el color,
Y la barca ya roída
Por el tráfico marino,
Seguía inamovible,
Estoica e impetuosa,
Con el viejo reclamante
Cada vez más enfurecido
Y en grieta el corazón,
Sin entender razones
Ni hacer caso de sus achaques;
Había decidido morir
En esa imposible empresa,
Entregar su alma al demonio
Si le era necesario,
Para poder obtener su premio
Aunque fuera en el averno.
Una mañana gris,
Repleta de oscura bruma,
El corazón del anciano
Decidió perder la batalla,
Negarse al canto de la vida,
Dejando una sola evidencia,
Un cuerpo frio e inerte
Posado sobre maderos
De un rudimentario bote.
La boda ya está lista
Con la fiel novia macabra
Que entre llamas besa sus labios,
Condenándolo al abismo
De la negra tiniebla espesa,
Eterna y tan tortuosa
Como las garras del terror.
Es la muerte de un amor
Que fue perdición de un hombre,
Arrastrándolo al abismo
De la desdicha eterna,
Sin encontrar paz su espíritu
Ni en la más bella utopía.
Destierro de un paraíso
Largamente acariciado
Pero que al final
Termina en una desgracia.
Categorías:Poesías al Margen
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