
(¡la más chistosa e inconcebible persona que he conocido!)
Como les había prometido en la parte uno de esta columna, en esta oportunidad les contaré sobre el día que finalmente se concretó la cena con el Dr.Tangalanga.
Contarles acerca de la impaciencia que me tuvo absolutamente inquieto los días previos al esperado encuentro sería hablarles de algo personal y absolutamente innecesario para este relato, y además nada aportaría a esta historia. Solo esto les digo, estaba insoportable.
El asunto es que el día y hora pactados para este encuentro fue un viernes a las 22hs. Éramos tres los comensales: el dueño de la disquería, el empleado, y quien escribe, más el doctor.
A esa hora nos juntamos en la esquina de Sta. Fé y Pueyrredón. El bodegón que habíamos elegido para cenar estaba solamente a un par de cuadras. Era un lugar conocido para nosotros, atendido por sus dueños de forma muy amable. Todos habíamos coincidido en que ese era el ambiente propicio para cenar distendidamente.
El salón estaba prácticamente vacío, pocos comensales. En una amplia mesa nos sentamos los cuatro. Pedimos cada uno de nosotros el menú y mientras esperábamos la comida la charla fue distendida y sumamente entretenida.
Hasta aquí todo normal.
La cuestión es que en un momento determinado, en pleno festín, Don Julio comenzó a sacar papelitos del bolsillo con anotaciones que eran recordatorio de chistes e historias. Fue imposible detenerlo. Chiste tras chiste, historia tras historia. Fueron un par de horas de imparable alegría y risas incontenibles. No podíamos ni queríamos detenerlo. Una verdadera máquina de la alegría. Un hombre dotado de una gracia y una elegancia para el relato que realmente nos dejaba sin aliento. Y no exagero en lo más mínimo.
Deseo aclararles que la imagen del Dr. Tangalanga era la de un hombre mayor, pequeño, vestido con un traje gris, con las características de un abuelito amable.
Y la cena llegó a su fin y uno de nosotros pidió la cuenta. Cuando llega el mozo nos pregunta a todos si estábamos conformes con el servicio. Por supuesto que tres de nosotros acordamos que sí, que todo había estado excelente. Pero el Dr. Tangalanga dijo que no, y mirándolo fijamente y con una seriedad absoluta le dijo al mozo: dígale por favor al cocinero, si usted es tan amable, que el bife que me trajeron más que bife parecía una suela de zapato gastado, y que voy a ir a la cocina a cagarlo a patadas y a enseñarle a cocinar! (dixit)
Imagínense la situación!….casi nos morimos…
Por supuesto, terminamos todos, una vez aclarado el momento -el cocinero incluido-, brindando por el encuentro!
Y les digo mas…
Sabía que Don Julio no tenía automóvil ya que por su avanzada edad ya no manejaba, con lo cual le ofrecí llevarlo en mi auto hasta su domicilio. Entonces, me pregunta que auto tenía, a lo que le contesté señalándolo, ya que estaba estacionado a unos pocos pasos del lugar (les aclaro que era un auto nuevo). Entonces me contesta textualmente: “No, gracias, no me vas a llevar en ese auto de mierda, prefiero tomarme un taxi”.
Así era el Dr. Tangalanga.
Los que lo conocimos lo seguimos disfrutando.
Categorías:Crónicas de un Melómano
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