
Las correspondencias entre los mitos de Aquiles y Gilgamesh son tan notorias que algunos aseguran que el propio Homero fue un poeta influido por la gran epopeya mesopotámica, haciendo del héroe griego otra versión del personaje babilonio. Yo he creído encontrar esa transfiguración en cuatro puntos concretos. Examinemos uno por uno.
- El detonante de la historia es una intervención divina en contra del héroe
En rigor, no es este un paralelismo entre personajes, sino entre el Poema de Gilgamesh y la Ilíada, de Homero. Como vimos en el artículo anterior, la acción del relato mesopotámico se dispara cuando los dioses deciden crear a Enkidú. Del mismo modo, el microcosmos de la obra helena se conmueve por primera vez cuando el dios Apolo, oyendo las súplicas de su sacerdote Crises, envía sucesivas pestes a los aqueos, con el fin de que la esclava Criseida, en posesión de Agamenón, les sea devuelta a los troyanos. El caudillo griego accede, exigiendo como compensación a la esclava Briseida, quien es parte del botín de guerra de Aquiles. Éste último cede al capricho del rey, aun con el ultraje y la humillación que ello implica. Ahora bien, el papel protagónico de las deidades no es gratuito. En el mundo antiguo, el destino del hombre en la tierra, la vida de ultratumba y los númenes estaban íntimamente unidos. Forzosamente, un sujeto condenado al fracaso debía de tener uno o más dioses en contra. Por lo tanto, desde el inicio de sus respectivas historias, Aquiles es estorbado por Apolo, así como Gilgamesh es entorpecido por Aruru o Mah.
- El héroe pretende moldear la realidad según su voluntad
Una actitud que distingue a Aquiles de cualquier otro personaje homérico es su obstinación por tener privilegios. Ya desde la Rapsodia I, el héroe se niega a cederle la esclava Briseida a Agamenón. Todos los aqueos saben que el botín de guerra obtenido por cualquiera de ellos es propiedad, en primer lugar, del máximo caudillo. ¿Por qué sería precisamente Aquiles la excepción a esta regla? Indudablemente, ser el guerrero más valiente de entre los dos ejércitos es lo que alimenta esa pretensión del personaje, al punto de que éste, como si fuera un niño malcriado, se queja llorando ante su madre, Tetis, una vez que la esclava le es arrebatada. Después, Agamenón debe suplicarle que regrese a combatir en la guerra. Más adelante, tras la muerte de Patroclo, es el dios Hefesto quien debe fabricarle nuevas armas. Finalmente, el rey de Troya en persona debe presentarse ante él para recuperar el cadáver del hijo muerto. En todo esto, pues, se hace evidente que el tema central de la obra es la cólera de Aquiles, su rechazo pertinaz de las circunstancias en que vive y el intento de orientar los hechos en una dirección distinta.
Lo mismo ocurre con Gilgamesh, quien se sabe excepcional desde el principio: Por las plazas de Uruk se pavonea. Toro salvaje, se exhibe prepotente, altiva la cabeza. ¡Enhiesta el arma, no hay quien se le oponga![1] No extraña, pues, que al morir Enkidú, el rey de Uruk crea estar por encima de la muerte, cuánto más si tiene el precedente vivo de Utanapíshtim. Y, como Aquiles, también llora al enterarse de que las cosas no ocurrirán de la manera que él desea: ¡Tengo miedo de la muerte y aterrado vago por la estepa! ¡Lo que le sucedió a mi amigo, me sucederá a mí![2] La angustia del héroe por la muerte, su intención de mutar su propia naturaleza, es lo que justifica toda la epopeya.
- La muerte del amigo dispara la acción del héroe
Así como la parte más importante del relato babilonio empieza con la muerte de Enkidú, la actuación más relevante de Aquiles en la obra homérica nace con la pérdida de Patroclo, su leal y joven amigo (Rapsodia XVI). En este punto, la correspondencia entre las dos obras es tal que incluso el exceso que provoca la destrucción de los dos personajes (Enkidú y Patroclo) es el mismo: la soberbia.
Después de desoír el aviso de Aquiles, Patroclo entra en el combate con la armadura del amigo, matando e hiriendo enemigos ferozmente. Es fácil pensar que el joven guerrero, protegido por la armadura de Aquiles, llega también a creerse destinado a la gloria de éste. Patroclo se envanece tanto que alcanza a burlarse de la muerte de Cebríones, el auriga de Héctor, exclamando: ¡Con tanta facilidad ha dado la voltereta del carro a la llanura! ¡Es indudable que también los troyanos tienen buzos![3], tras lo cual el dios Apolo lo desarma y Héctor le da muerte.
Enkidú, con menos sentido del humor pero con más atrevimiento, procede de forma parecida. Luego de aniquilar al Toro del Cielo (que es la última bestia a la que él y Gilgamesh se enfrentan), la diosa Ishtar o Inanna, patrona del amor y del erotismo, se lamenta diciendo que ha sido humillada por el rey de Uruk. Enkidú, entonces, arrancó una pata al Toro del Cielo y se la arrojó a la cara: “Si a ti te agarrara, haría contigo otro tanto y colgaría tus tripas de tus brazos!”.[4] Este abuso de Enkidú es el que termina de inclinar a los dioses por su fin, enviándole en breve la enfermedad que habrá de matarlo.
Ahora bien, si Gilgamesh reacciona a la desaparición de Enkidú haciendo un viaje al fin del mundo, ¿cómo actúa Aquiles ante la pérdida de Patroclo? Consumando su destino impulsivamente. El héroe sabe que perecerá pronto, en la misma Guerra de Troya, de modo que solo piensa en llevar a cabo su venganza contra Héctor y los demás troyanos. Así pues, sufre un cambio y se muestra verdaderamente terrible ante sus enemigos, admirable ante sus compañeros y portentoso ante los oyentes-lectores de la obra. Aparece así, por decirlo en términos coloquiales, el Aquiles que todos estaban esperando.
- El héroe, consciente de su inexorable muerte, procura hacerse un nombre imperecedero
El único camino que Aquiles conoce para trascender la muerte es la supervivencia a través de la fama, ¿y qué manera más eficaz de hacerse famoso que humillando a Héctor, hijo del rey de Troya y guerrero sin par entre sus enemigos? Efectivamente, Aquiles no solo destruye al héroe troyano, sino que insulta su memoria atando el cadáver a un carro de guerra y dándole tres vueltas alrededor de la ciudad sitiada todos los días, hasta que el viejo rey Príamo logra recuperar el cuerpo. Con estas acciones el héroe griego hace exactamente lo mismo que Gilgamesh ante la gran estela de piedra: grabar sus hazañas en las mentes de los hombres. Ya que están condenados a morir, al menos sus nombres vivirán para siempre.
Estos son, de manera muy sumaria y general, los puntos en común que encuentro entre sendos mitos. Claro que los dos son tan ricos que pueden suscitar largos estudios y múltiples abordajes desde diversos ángulos, pero mi intención en esta serie de artículos no es ser profundo ni exhaustivo, sino hacer breves comentarios que ayuden a comprender cabalmente algunas de las obras literarias universales.
En
nuestra próxima publicación, daremos un salto hasta los años finales del
medioevo y estudiaremos un texto que sintetiza magistralmente todo el saber del
hombre europeo de entonces, y que constituye una de las cumbres del arte
mundial. Me refiero, desde luego, a la Comedia,
de Dante Alighieri.
[1] Tabilla I, columna ii, vv. 52-54.
[2] Tablilla X, columna iii, vv. 26-27
[3] Rapsodia XVI, vv. 749-750
[4] Tablilla VI, columna iv, vv. 161-164
Categorías:El Buscón
Deja una respuesta