
“Históricamente hablando, el crítico de arte nace en el siglo XVIII, porque ha nacido el espectador. Esto ocurre en París, en 1735, cuando la Real Academia de Pintura y Escultura inicia la serie de muestras de las obras de sus miembros, siendo la primera de carácter público celebradas al mundo. El fundador de la crítica de arte es un filósofo, Denis Diderot, quien comenta varios salones entre 1759 y 1781. Él afirmaba que toda obra debe expresar un pensamiento y debe hablarle al espectador, de lo contrario será una obra muda. Por ende, el espectador suscita al crítico de arte de manera que este público protagonista -hasta entonces inexistente- determina con su presencia la del arte mismo, libre de su encierro donde sólo era accesible a los círculos aristocráticos.
La aparición del nuevo espectador <<priva de su aura a la obra de arte>> dice Walter Benjamin (‘La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica’, 1936) y lo sumerge en la vida cotidiana. De esta forma, el espectador es el que otorga al arte su verdadera dimensión y su destino manifiesto. Por otra parte, un nuevo elemento indispensable en esta ecuación, es el crítico quién formaliza estos principios, valores, condiciones y capacidades. El espectador induce la existencia del arte, el crítico la deduce. La crítica no es necesaria únicamente para ajustar la visión que el artista tiene del significado de sus creaciones sino también como la condición misma de ellas. El artista debe expresarse de manera crítica y no narcisista, ya que el arte no es una creación hecha desde la nada sino que es una creación emanada de la realidad de la crítica.
El acto creativo es un acto crítico porque atañe a la naturaleza de la conciencia crítica y es además un ejercicio de esa conciencia. El crítico de arte, garante del pleno uso de la conciencia crítica por el artista, es también su impulsor su controlador y el organizador de nuevos caminos y modalidades. Él posee esa conciencia crítica y también la ejerce, allí reside su forma de crear. Un ‘crítico vidente’, en términos de Rimbaud, opera como mediador de un significado artístico responsable de la historia del mundo más que de la historia del arte, por eso la crítica no puede permanecer en la superficie del arte al cual indaga, así como el arte no puede quedar en la superficie de la realidad que explora. La crítica se apropia del arte para su propio funcionamiento y para la comprensión de las intenciones de cada obra en la misma medida que el arte se apropia de la realidad y practica una lectura de ella, para abordar la ardua empresa de descender a las profundidades de la obra.
El crítico debe renunciar al empleo autoritario de su juicio. Todos los métodos utilizados quedan supeditados a la tarea de determinar la intencionalidad de la obra, tarea que únicamente se puede realizar con el espíritu crítico y el objeto de determinar su propia investigación. Esto es lo que otorga a la obra de arte su permanencia y el crítico podrá capturar tal intencionalidad sólo si se transforma en un creador participante, para lo cual ha de tomar conciencia de su comprensión particularmente creativa. En definitiva, la crítica es un instrumento destinado a la protección y a la articulación del espíritu crítico, trasciende necesariamente el arte y se vuelve crítica, no sólo del arte y sus fuentes, sino también de la sociedad y la historia que las originó. Se convierte en una investigación del espíritu en la historia, ya que la crítica más alta es la que revela en la obra de arte lo que el artista puso en ella”.
Jorge Glusberg, “El Arte de la Crítica de Arte”, Museo Nacional de Bellas Artes, 1996.
A través del análisis literario, el autor ejercita una manifestación estética que opera a través de interpretaciones por medio de las cuales deja ver su mirada sobre el mundo, estableciendo una marca individual sobre su obra. Esto configura el estilo personal que identifica a cada autor. A lo largo de la historia de la crítica de arte, teóricos, analistas y estudiosos se han preguntado qué es lo que hace de un texto escrito una obra de arte y, en todo caso, si merece semejante valoración. Resultan ejemplificadoras las palabras de Jorge Luis Borges, si intentáramos explicar el snetido que conlleva aquella expresión de la propia subjetividad sensible a través de un uso estético del lenguaje: “ignoro si la música sabe desesperar de la música, pero la literatura es un arte que sabe profetizar aquel tiempo en que habrán merecido, encarnizarse con la propia virtud, enamorarse de la propia disolución y cortejar su fin” (La Supersticiosa Ética del Lector, 1932).
La creación es inherente al ser humano y el acto creativo nos rodea en lo cotidiano, sin embargo para que una idea se convierta en obra es necesaria la conjunción de dos elementos fundamentales: el deseo y la necesidad, móviles que atraviesan a todo artista. El del escritor es un oficio que requiere la sistematicidad, el esfuerzo, la entrega y la ejercitación permanente. El autor es una persona que toma las vestimentas de otras y se las coloca transformándose en cada una de sus criaturas. Viviendo por ellas, sintiendo con ellas, siendo ellas. El autor (como el director cinematográfico) es un artista demiurgo que decide el destino de sus personajes dentro del verosímil que ha creado para ellos. El autor es aquel que vive otras experiencias y otras vidas a través de sus personajes, visitando mundos deslumbrantes.
El autor es, en consecuencia, la causa de una obra que una vez puesta en el ojo público ya no le pertenecerá. Será el lector quien complete, según su propia subjetividad, el trayecto creativo, descubriendo uno o múltiples sentidos. Como autor se necesita indefectiblemente a un lector: se escribe para alguien que completará la obra al leerla. Ese destinatario le dará un sentido diferente al que fue dado por el autor. Como afirma Umberto Eco: ‘toda obra es una obra abierta’ (Obra Abierta, 1962), de manera que el sentido lo completa el lector, quien lee desde su propio azar interpretativo. Esta imprevisibilidad hace que cada tema impacte sobre cada lector de forma singular. Entonces, entre el autor y el lector se tiende un puente: la obra literaria. De igual forma sucede con la Crítica de Arte.
Para el escritor, el deseo de escribir es tan fuerte que trae consigo a la mencionada necesidad. Por tal motivo, el autor es aquella persona que es capaz de desarrollar una idea hasta sus últimas consecuencias y, en el caso de la Crítica de Arte, este ejercicio se lleva a cabo tamizando la noción estética sobre una obra bajo su propia subjetividad. La escritura, sea cual sea el género que pertenezca, empieza en el autor como una forma de catarsis, un necesario desafío de poner en claro las emociones que luego entablarán un personal diálogo con el lector.
En este orden, el Crítico de Arte es un puente entre el lector y el artista. Así como hay personas que escriben hay personas que leen y, conscientemente, asumen el oficio de lector, entregándose a la aventura de interpretar las ideas presentadas y los mundos descriptos. Se requiere un lector atento que intuya claramente los sentimientos y los conceptos que el autor ha querido comunicar. Es decir, un autor capaz de abrazar la obra y formular un juicio crítico sobre la coherencia y los valores allí expuestos. Este puente imaginario que se tiende entre el autor y el artista como pasaje a descubrir los sentidos ocultos en una obra presupone una percepción afectiva, ya que nos identificaremos con ciertos códigos estéticos allí expresados. Nos sucede de igual manera, por ejemplo, cuando vemos una película o leemos una novela. Nos identificamos con tal o cual personaje porque éste se convierte en la voz autoral. Esto habla de la capacidad intelectual de impactar en aquel que está leyendo. Así se podría establecer, por analogía, una serie de lazos comprobables entre los compromisos del lector y el deber del autor.
Relacionando lo anteriormente expuesto acerca de la Crítica de Arte, el espectador no recibe simplemente un mensaje escrito, sino que realiza un proceso de comprensión, interpretación, asimilación y reacción emocional e ideológica, extrayendo de la obra un sentido tan propio como inmanejable, ya que estará dado por el carácter subjetivo y pluralista que la caracteriza. En el caso específico del cine, a través del análisis de una obra, se examinará su lenguaje, estudiando minuciosamente los parámetros a través de los cuales podemos comprender su sentido artístico. Este aspecto pone a prueba la capacidad de percepción que posee cada receptor o espectador. Por ende, la crítica especializada debe ser el puente y no la fisura, acercando distancias entre la creación artística y la crítica especializada. Esta tarea será acometida por el escritor mediante dos acciones primordiales: elevando el nivel de su arte escrito y desafiando el intelecto de aquellos a quienes están dirigidos.
Resultan ejemplificadoras las palabras de Donald Kuspit: “Hoy es inevitable reconocer, aún cuando sea de la forma más renuente tanto de parte del crítico como del artista, que el crítico es un artista en todo el sentido que todavía conserva la desgastada idea o noción de artista La balanza se ha inclinado hacia el crítico. Aunque tal vez no haya críticos decididos a aprovechar esta oportunidad que se les ofrece quizá porque ahora resulta más difícil saber que es un crítico y serlo, que saber qué es un artista y serlo” (El Crítico es un Artista, 1984).
La crítica cultural hizo su aparición en el siglo XIX, aplicando su análisis a comprender la realidad social de un medio o cultura determinada bajos coordenadas históricas precisas. Su concepción primaria consistió en que sería variable y nunca absoluta, inseparable de la ideología de quién escribe. La crítica debe justificar su porqué y su visión del mundo, aspectos que hacen de este ejercicio algo tan político como falto de absolutismos. Si bien su campo de estudio ha cambiado con el transcurso del tiempo, la crítica se ha mantenido polémica y discutible, debiendo incentivar sus propios postulados al ser una manifestación subjetiva de comprender el mundo. Como un ensayo, debe ser rigurosa y comprobable, si quiere demostrar su posición validando su hipótesis. En el caso del análisis cinematográfico, el crítico interpretará el uso que cada elemento del lenguaje tiene para una película y su motivo de ser dentro de dicho universo de ficción.
La Crítica Cinematográfica nace del periodismo como crónica de la realidad durante las primeras décadas del siglo XX, cuando el cine comenzaba a validarse como arte, estableciendo una relación entre espectador y la obra. Los especialistas suelen afirmar que mientras la teoría explica al cine y sus diferentes estilos, la crítica explica al autor y su postura frente al mundo, utilizando éste al arte como vehículo para canalizar sus propias obsesiones. La escritura de cine como herramienta para comunicar estas ideas hace su aparición al momento de que el cine se transforma como arte y adquiere sustento propio, desligándose de herencias adquiridas del teatro y la literatura.
En Argentina, las primeras aproximaciones al oficio crítico se deben al destacado escritor uruguayo Horacio Quiroga quién explica, de forma muy acertada, qué es ver una película valorando unas por sobre otras. Este eximio analista del séptimo arte se pronuncia en el momento en que las películas constituyen una absoluta novedad y su vasta producción persigue una clasificación valorativa. Quiroga, un auténtico pionero de la Crítica, busca la especificidad del cine sin olvidar la importancia que conlleva la credibilidad del espectador, valorando la creatividad del director y las técnicas actorales del período mudo. Bajo esta mirada, se acerca al cine de forma académica estudiando cada película, estableciendo un amplio territorio de estudio de carácter pionero que desarrollará conceptos muy claros a través de su colaboración en diversos medios gráficos de nuestro país.
En Hollywood, la necesidad comercial que el incipiente sistema de estudios persiguió desde sus comienzos, caracterizó a los primeros textos críticos de la época por una liviandad propia del afán utilitario que destilaban los primeros ejercicios críticos. Se trataba un cine que aún buscaba sus raíces culturales y donde el negocio imperante hacía ver al cine más como un pasatiempo que como un arte. El papel de los medios de comunicación en los años ’20 se constituía en la exaltación de lo extraordinario del entretenimiento, fijando aún más esta noción.
Había una corriente menor que estudiaba el cine de David W. Griffith como modelo de un lenguaje narrativo maduro y acabado, bajo un marco teórico y sustentable sobre el que se confirmaban los principales postulados y reglas sobre la gramática cinematográfica. No obstante, serían las primeras corrientes vanguardistas estéticas francesas (provenientes de la pintura) gracias a las cuales el cine adquiere una concepción auténtica de arte. Este acontecimiento otorga validez y materia de discusión a nivel académico, por ejemplo, a través de la creación del Film D’ Art, un movimiento estético que intelectualiza al cine sacándolo de su mero objeto popular. Lo opuesto sucede en la U.R.S.S., donde la crítica está teñida de propagandista político donde el cine era meramente un medio de difusión ideológico, aspecto que puede comprobarse en las teorías acerca del montaje establecidas por Sergei Eisenstein.
Un punto de quiebre fundamental sucede en los años ’30: el fenómeno cinematográfico se transforma con la llegada del sonido, convirtiéndose en un objeto estético de interés cultural. El crítico, instruido en los mecanismos complejos del lenguaje, debía prestar atención a nuevos componentes de la obra, comprendiendo el valor de sus elementos y estableciendo relaciones con otros films posibles. A lo largo de la siguiente década, pioneros como James Agee (el influyente crítico de la revista Time) bregarán porque la crítica se despoje de sus limitaciones primarias, convirtiéndose en un espacio potable para la reflexión sobre la especificidad del séptimo arte.
De esta manera, a través del cine y el ejercicio de la crítica de un modo superador y evolucionado, comienzan a expresarse, transmitirse y sugerirse ideas, sentimientos y emociones que develen la verdadera naturaleza del lenguaje. El rol del Crítico Cinematográfico se instituía como un vital puente entre el lector y la obra.
Referencias:
-Pablo Rocca, “Horacio Quiroga ante la pantalla”
-James Agee: Escritos sobre cine.
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