
¿Alguna vez nos detuvimos a reflexionar en torno a los vínculos que establecemos día a día con los dispositivos tecnológicos y los espacios virtuales? Si no lo hicimos, sería enriquecedor intentarlo como ejercicio para iluminar nuestras experiencias online, advirtiendo cómo han transformado nuestros hábitos, nuestros rituales, nuestra forma de socializarnos.
Antes de hacer foco en la propuesta planteada, es preciso emprender un repaso del surgimiento y la evolución de los entornos digitales, recordando que hasta la década del ‘80 accedíamos a la información a través de los medios tradicionales y analógicos, especialmente la prensa gráfica, la radio y la televisión.
Desde mediados de la década del ’90, en el mundo, y desde 1999, en la Argentina, se extendió a gran escala la red de Internet de uso doméstico, configurándose como un nuevo medio de comunicación, valiéndose de la computadora personal como soporte. En esa etapa, conocida como Web 1.0, se destacaron los sitios direccionales y no colaborativos.
A partir del año 2004, Internet atraviesa el pasaje de la Web 1.0 a la 2.0, etapa caracterizada por interfaces amigables pensadas para propiciar la interacción de los usuarios. Entonces, emergen «nuevos medios” como son las redes sociales, los blogs, las wikis y las plataformas que promueven la colaboración, el intercambio de información entre los usuarios y la flexibilidad en las lógicas de producción y circulación de contenidos, en condiciones de constante adaptabilidad y universalidad.
En este marco, se presenta el auge de dispositivos integrados y portables como son los denominados smartphones o teléfonos inteligentes, en los que se conjugan múltiples servicios, funciones y aplicaciones: redes sociales, correos electrónicos, micrófonos, sensores, cámaras de alta calidad, reproductores de video, lectores de huellas, manos libres para coches, GPS, etc. Las mismas abren numerosas posibilidades para articular acciones tanto en la esfera individual como en la colectiva, construyendo instancias de virtualidad, interactividad y multimedialidad.
Después del breve recorrido anterior, es pertinente retomar la propuesta sugerida al principio del texto. Puede resultar esclarecedor plantearse algunos interrogantes como disparadores de un análisis introspectivo de nuestra inserción en el universo virtual. A modo de ejemplo, podríamos responder los siguientes:
¿Qué sensaciones y/o sentimientos experimentamos cuando, por diversos motivos, debemos interrumpir nuestros vínculos con el universo online?
¿Somos usuarios de programas televisivos/radiales y/o leemos libros, diarios, revistas, etc, a través de plataformas virtuales?
¿Accedemos a entornos digitales para desarrollar acciones relacionadas con el trabajo, el estudio, el entorno afectivo, el entretenimiento, entre otros?
¿Qué contenidos transformamos, producimos y/o ponemos a circular en las redes sociales? ¿Forman parte de la esfera personal, social y/o profesional?
¿Podemos reconocer a qué comunidades y/o movimientos virtuales pertenecemos y las redes de sociabilidad que construimos?
¿En qué aspectos la comunicación online ha facilitado nuestras relaciones interpersonales y en cuáles las ha limitado?
Claramente, podemos generar todas las preguntas que nos conduzcan a analizar exhaustivamente nuestros modos de ser, de estar, de representarnos y de vincularnos en los entornos digitales, siempre considerando que son atravesados por dimensiones culturales, sociales, económicas, entre otras.
Complejizando la reflexión, si logramos explorar, desde una mirada crítica y responsable, los distintos roles que asumimos al tender puentes virtuales, reconociendo y potenciando nuestra capacidad creadora, nuestras experiencias serán más fructíferas, más fieles a las percepciones y concepciones que nos constituyen.
Queda el desafío para todos los que quieran conocerse más y superarse.
Categorías:Culturas Transmedia
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