
Observando el vuelo de dos aguaciles (paleópteros), en una tarde húmeda de verano, unidos entre sí en época de apareamiento, dibujando aureolas en el aire, vino a mi mente una analogía con los artistas plásticos y la música.
Estos insectos se buscan para unirse temporariamente en vuelos de procreación. Vuelan hacia arriba, hacia abajo, en direcciones que a veces a mis ojos se le hace imposible seguirles el periplo. Se desunen a ratos y vuelven a pegarse sin ninguna frecuencia aparente. Se posan sobre la tierra, aletean, vuelven a despegar y se ocultan tras el brillo del sol. Reaparecen como kamikazes dibujando una curva ascendente antes de tocar un espejo de agua y se remontan nuevamente.
Los artistas plásticos y los escritores por lo general unimos el acto de laburo/creación escuchando música. En lo personal es infrecuente apoyarme en el silencio mientras pinto o dibujo o escribo.
La música va unida a los trazos, a las pinceladas de color, a las palabras sobre el teclado o a los textos sobre el papel. Volar con la música y encontrar alguna imagen escondida que vuelve a la luz. Desunirnos por momentos y buscar en alguna otra melodía el cenit de una fuga.
Como los paleópteros, masticamos ideas y dejamos permanentemente en alerta nuestros élitros caprichosos. La música siempre marca el ritmo de las imágenes. Suele haber fracasos. Comuniones mal logradas.
Finalmente los vi desunirse y perderse en distintas direcciones, algo así como el fin de cada obra. No tengo idea si sus vidas por separado tienen el mismo sentido. Ahí mi analogía perdió sentido. Sé que las músicas, las pinturas, o los dibujos adquieren por si solas un significado y emoción totalmente insospechadas para quien los observa o los lee. Seguramente la música de sus alas será la banda original de sonido de su acto creador. ¿Cuál será finalmente la música que cerrará nuestros vuelos?
Categorías:Crónicas de un Melómano
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