
Partí de viaje para no partirme. No partirme desojando fragmentos. Fragmentos de un cuerpo que se me evapora montado a la tristeza.
Partí de viaje aquella tarde huyendo del tiempo urgente para dejarlo, voraz, en el asiento de un micro. Colgué del hombro la inutilidad del bolso de viaje, preservando el libro como único objeto pacífico en lo bélico. El mundo hostil hiere las venas y cada día florecen en mi cuerpo cicatrices nuevas. El agotamiento de los oídos se apacigua bebiendo letras extranjeras y tengo sed. Sed peregrina que errante busca donde nacer, al fin. Al fin, alguna vez.
Mientras leo, se alzan los muros que secuestran fantasmas exhaustos de relamer lo que queda de mí como perro con su sangre. Busco un lugar donde amarrarme desde que fuese arrojada río abajo. Tal vez, sólo tal vez por ello, anclo en la estrecha movilidad del libro un madero ribereño. Pausa del tejido de los días que me restan, pausa del tejido de las noches que me aterran. Zumbido que emana de la tierra, tienta mi ser de barro.
¿Quién puede amar unos ojos desterrados?
Mostrándose tan frágil con su llamado desnudo, fue él, quién vertió verbo en mis raíces. Traía en el abrazo mis pedazos y el nacimiento envuelto en su saliva.
Categorías:Poesías al Margen
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